Un profesor universitario se traslada junto a sus dos hijas a una casa cerca del bosque mientras su mujer se recupera de tuberculosis en un sanatorio rural. Sus hijas descubren la existencia de "los duendecillos del polvo", de este modo aprenden que hay seres que no todos pueden ver, como los espíritus del bosque, solamente aquellos de corazón puro. Mei, de cuatro años de edad, queda fascinada a encontrar a dos pequeños seres y se determina a encontrar al rey del bosque: Totoro.
¿Puede una obra alcanzar el éxito gracias a uno sólo de sus personajes? Seguramente la respuesta sea sí. Aunque es algo que realmente debemos de responder cada uno de nosotros de manera individual. Sin embargo, el hecho de que cuando hablamos de Studio Ghibli la primera palabra que nos venga a la mente sea, Totoro; nos indica hasta que punto la afirmación puede ser cierta.
Si tenemos que seleccionar una sola de las películas del estudio japonés como máximo referente de su obra, pocas personas se opondrían a que Mi vecino Totoro se alzase con el puesto. Creo que es algo muy a tener en cuenta dado que ni siquiera en factorías como Disney o PIXAR nos lanzaríamos tan rápidamente a mencionar una única respuesta. No, Totoro tiene algo. Algo que trasciende la calidad del filme (algo en lo que ahondaremos en unas líneas). Quizás sea por que se trata de la personificación de lo entrañable. Porque cada vez que aparece nos hace reír. Porque impone el respeto justo. Sea cual fuere el motivo, todos deseamos volver a nuestra infancia para poder encontrarlo y pasar un día con él.
La película tal vez sea una de las que tiene un argumento y un tratamiento de los más simples de toda la trayectoria de Miyazaki y del estudio. Sin embargo, en varias ocasiones hemos mencionado que el adjetivo más justo a la hora de calificar la obra de Ghibli es la ternura. Y aquí la tenemos para dar y regalar. Aquél que haga oídos sordos a lo que Hayao Miyazaki tiene que contar aquí puede ser calificado de insensible sin temor a represalias. La historia es azucarada y bonita hasta decir basta. Y posiblemente como ya hemos mencionado el mérito de esto sean los personajes (ahora no sólo le cedo el mérito al rey del bosque). Desde unas niñas adorables, hasta un padre despistado pero que derrocha amor hacia sus hijas, pasando por una madre en pleno esfuerzo por disimular su enfermedad, pasando por toda la cartera de secundarios (humanos o no). Todos y cada uno de ellos conecta con nosotros desde el primer segundo. Y lo más curioso, no hay más antagonista en la historia que la enfermedad de la madre. Es decir, nadie representa el papel del villano. Aún así, la trama avanza rápidamente hasta el final de la película sin que el espectador tenga momento para el aburrimiento.
En este filme (al igual que ocurría con La Tumba de las Luciérnagas) el estilo de la compañía está más que asentado. Curiosamente no ocurre lo mismo con la música de las cintas. Pese a que desde la primera película, la banda sonora siempre ha tenido un papel correcto es en La Tumba de las Luciérnagas y especialmente en esta Mi vecino Totoro (no obstante ambas se estrenaron a la par) donde parece que finalmente el estilo musical termina por definirse. Y precisamente ya que hablamos de ambas películas, no se puede tachar del ser pesado el volver a recalcar que ambas son las dos caras de la misma moneda. Presentando a la inocencia infantil como leiv motif la primera nos mantiene con el corazón encogido durante toda la historia (raro es el momento en el que nos alegramos) mientras que en Totoro no queda sitio para la tristeza, todo es alegría incontenida.
En resumen, la Obra Magna de Studio Ghibli se encuentra ante ustedes. La verdad es que me resulta imposible recomendar sólo una película de los nipones, pero si por alguna extraña razón, se ven en la obligación de elegir sólo una, ésta debe ser su elección. Los demás busquen el hueco cuando les venga bien, pero todos tienen que sentarse a compartir esta hora y media con Totoro.